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El relato del mes

Otro 26 de septiembre…

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Después del curso, todo quedó en el aire. Ni tan siquiera recuerdo si hubo despedida... Yo no sabía expresar lo que sentía. Sólo sabía escribirlo. A través de cartas. De colores. Siempre un color distinto. Nunca blanco. LLegó el verano. Lo cambió todo. Fui secuestrado por un sentimiento inmenso, sublime, a la vez que atroz, manteniéndome entre apasionado y confundido. No recuerdo disfrutar.  Creo que estábamos en 1988. No había móviles, no había chats, ni ordenadores. Sólo un teléfono. Sólo un papel, bolígrafo y una dirección postal. Sólo envíe una carta. Recuerdo a veces, entrada la noche, llorar de rabia, por no atreverme a usar ese número de teléfono y por que tampoco sonaba para mi. Durante ese tiempo había momentos en los que construía un futuro, a través de ese sentimiento inmenso, e imaginaba una felicidad deseada. Pero tras ello, siempre casi sin descanso, el miedo y el temor a que el tiempo y la distancia lo destruyeran todo me colocaba cayendo en un abismo sin fondo. Y los días pasaban incesantes, uno tras otro, y la respuesta a mi carta no llegaba. Y esa llamada no se hacía. Y ese teléfono no sonaba. El final del verano llegó.