Otro 26 de septiembre…
Después del curso, todo quedó en el aire. Ni tan siquiera recuerdo si hubo despedida…
Yo no sabía expresar lo que sentía. Sólo sabía escribirlo. A través de cartas. De colores. Siempre un color distinto. Nunca blanco.
LLegó el verano. Lo cambió todo.
Fui secuestrado por un sentimiento inmenso, sublime, a la vez que atroz, manteniéndome entre apasionado y confundido. No recuerdo disfrutar.
Creo que estábamos en 1988. No había móviles, no había chats, ni ordenadores. Sólo un teléfono. Sólo un papel, bolígrafo y una dirección postal. Sólo envíe una carta.
Recuerdo a veces, entrada la noche, llorar de rabia, por no atreverme a usar ese número de teléfono y por que tampoco sonaba para mi.
Durante ese tiempo había momentos en los que construía un futuro, a través de ese sentimiento inmenso, e imaginaba una felicidad deseada. Pero tras ello, siempre casi sin descanso, el miedo y el temor a que el tiempo y la distancia lo destruyeran todo me colocaba cayendo en un abismo sin fondo.
Y los días pasaban incesantes, uno tras otro, y la respuesta a mi carta no llegaba. Y esa llamada no se hacía. Y ese teléfono no sonaba.
El final del verano llegó.
Fue un 26 de septiembre.
El cartero llegó a la hora esperada. Y dejó bajo la puerta un carta.
Era blanca. No necesitaba abrirla para saber qué decía.
El abismo se hizo realidad.
Mis peores presagios invadieron mi vida.
Lloré. Creo que no he llorado nunca tanto.
Tanto, que después de 37 años aun lo recuerdo con claridad y una sensación de tristeza me invade cada 26 de septiembre.
Hay sucesos, pequeños, insignificantes, que nos van a marcar toda la vida, toda, sin duda. Aunque cuando suceden sólo somos conscientes del dolor que nos infringen.
Es imprescindible pasar por esos momentos. Y aprender. La primera vez el sufrimiento puede parecer extremo. Pero se supera. Siempre. Aprendí que el lenguaje es imprescindible para comunicar lo que sientes. Los chats, las cartas, las vídeos, nada, nada de eso puede sustituir una mirada en directo y unas palabras que conecten las almas.
Efectivamente, sí, aprendí, pero me quedaba aun tanto por conocer… Creo que tengo que acabar agradeciendo a la persona que envío esa carta que me llegó un 26 de septiembre. Fue tan importante para convertirme en lo que ahora soy que, a pesar de las lágrimas, estoy en deuda con ella. Gracias.